2/14/2012


COLOMBIA.- Los dos sacerdotes pagaron 15 millones de pesos colombianos (cerca de 8.500 dólares) para que los mataran. En un principio, todo apuntaba a un crimen común, un atraco. Sin embargo, la hipótesis cambió con el correr de los meses. A un año de los asesinatos, cometidos el 26 de enero de 2011, se sabe que fue un pacto de muerte.


El padre Reátiga, de 35 años, era el párroco de la iglesia de Jesucristo Nuestra Paz, en límites entre Soacha y Bosa. A su vez, el padre Píffano, de 37 años, era párroco de la iglesia San Juan de la Cruz, en Kennedy. Los dos eran del Norte de Santander. Allí, en el seminario, se conocieron y nunca más se separaron. El diario colombiano El Tiempo detalla que juntos oficiaban misas, bautizos y matrimonios. Incluso cursaron los mismos estudios y especializaciones en teología, filosofía y bioética. Un día antes de ser asesinados, oficiaron su última misa en conjunto. Píffano tomó la última palabra e hizo una premonitoria petición: "Oren por mí".

Según la fiscalía de Bogotá, los dos sicarios fueron contactados dos días antes del crimen, cuando se enteraron de que al menos uno de ellos tenía una enfermedad contagiosa incurable. Más tarde, los peritos determinarían en la autopsia que los enfermos eran ambos. Los agentes recorrieron locales nocturnos frecuentados por la comunidad de LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgénero), allí reconocieron a los sacerdotes como clientes habituales. Se especula con que eran pareja desde que comenzaron el seminario.

El diario colombiano recabó más testimonios que respaldan el móvil de los homicidios. Personas cercanas a los sacerdotes relataron que, en esos días previos, empezaron a poner sus cosas en orden e, incluso, cancelaron todos los compromisos posteriores al 26 de enero, cuando fueron encontrados muertos en un vehículo en el sur de Bogotá. Es más, en el expediente judicial consta que un familiar le pidió a uno de los sacerdotes que oficiara un bautismo y que al saber que la ceremonia se realizaría en febrero, declinó porque "para esa época no estaría disponible".

Los investigadores indagaron las últimas llamadas hechas desde los celulares de los sacerdotes. En el seguimiento, encontraron que dos números se repetían constantemente en los últimos días antes del crimen. Esta información permitió la primera de las detenciones. El sicario terminó confesando: el primer pago se realizó en un centro comercial del sur de Bogotá, y el día que se concretó el pacto de muerte, el resto de lo convenido.

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