TRUJILLO.- De un tiempo a esta parte, Johnny Edinson Díaz Gaytán, de 40 años, se había convertido en un estorbo para los delincuentes de su barrio en La Esperanza, la piedra en el zapato de quienes merodean aquellas calles en busca de nuevos golpes, nuevas víctimas.
Desde su puesto como guardián de las cuadras, batallaba a diario para impedir que la inacabable racha criminal aumente más de lo habitual (porque desaparecerla por completo parece imposible); se empeñó en ello, sin embargo, hacerlo le valió numerosos enemigos, ladrones y extorsionadores –la mayor parte de ellos– que le pusieron un precio a su cabeza.
Fue así que, furioso por el trabajo que desempeñaba a diario, estos hombres de mala traza, miembros repudiables de una sociedad golpeada y exhausta de crímenes, decidieron por fin aniquilarlo, y lo hicieron a través de dos sicarios que le metieron doce balazos a quemarropa.
En efecto, fueron doce los disparos que acabaron con Díaz Gaytán, desafortunado guardián de calles, padre, además, de tres muchachos, y adversario implacable del hampa. Tan cruento episodio de violencia ocurrió el domingo a las 11:20 p.m., en la cuadra 18 de la calle 22 de Febrero, en La Esperanza.
Díaz se encontraba ahí haciendo lo que hacía cada noche, ir de un lado a otro en su moto cuidando que ningún delincuente se atreva a asomar su nariz por el lugar. Junto a él estaba su compañero, un menor de 17 años de nombre Arturo Villanueva Seclén que solía hacerle compañía en las rondas.
En eso aparecieron los criminales. Estos eran también dos, y llegaron también en una moto lineal, con los rostros encapuchados y el dedo sobre el gatillo de sus armas.
Sucedió en segundos: los homicidas interceptaron a Díaz y se le fueron encima a tiros. Le dispararon sin piedad, sin que les tiemble la mano. De los doce balazos que sonaron aquella noche, diez le impactaron en la cabeza al vigilante y le causaron la muerte en el acto, los otros dos le perforaron el tórax.
A su compañero, de otro lado, se le incrustaron dos balas en la piel. Aquellos proyectiles, según se supo después, fueron los mismos que acabaron con la vida de Díaz. La explicación que dieron los especialistas es que primero le cayeron al guardián y atravesaron su cuerpo de un lado al otro, y después, tras salir, le cayeron al menor, dejándolo herido sobre el asfalto, a un lado del cadáver y sobre la mancha de sangre que crecía y crecía.
¡ATRÁPENLOS!
Pilar Otiniano Revilla (39) se enteró al poco rato de lo que le había ocurrido a su esposo; ella estaba en su domicilio de la calle Benito Juárez con sus hijos cuando un vecino llamó a su puerta y le dio la fatídica noticia.
“Me dijeron que le habían disparado pero que estaba herido, así que de inmediato corrí a verlo… y cuando llegué, lo encontré muerto sobre la pista”, contó Otiniano Revilla, con los ojos a punto de estallarle en lágrimas.
Sobre las causas que originaron el asesinato de su pareja, a Otiniano solo se le ocurre una, y es la misma que todo mundo maneja: que lo ejecutaron porque se había convertido en un obstáculo para las bandas del sector.
“Él trabajaba como vigilante desde hace nueve años, siempre en esas calles, y aunque nunca me contó si alguien lo amenazó, es posible que eso haya ocurrido; además, era una persona tranquila, dedicada a su trabajo, conformó la Junta de Seguridad Ciudadana de nuestro barrio y estaba en constante coordinación con la Policía”, sostuvo la viuda.
Por su parte, los hijos de Díaz contaron que este iba a viajar a la sierra la próxima semana para trabajar en minería, pero la muerte frustró sus planes.
“Era consciente de los riesgos de ser vigilante, por eso decidió irse; ya había planeado el viaje con unos tíos… ahora no podrá hacerlo, no es justo”, dijo uno de los muchachos.
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